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11 HORAS DE NARA A KIOTO

  • Foto del escritor: hengnaojisan
    hengnaojisan
  • 16 nov 2020
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 22 nov 2020

28/5/2020

Todo fue según lo planeado. Abril discurrió tranquilo, sin sobresaltos. La atmósfera en el hostal no pasaba por sus momentos más excitantes. Mis tres años de trabajo continuo en el hostal estaban apagándose plácidamente. Había vivido grandes momentos allí, hasta el punto de imaginarme trabajando en el hostal hasta convertirme en venerable anciano. Lamentablemente, en cierto momento todo se empezó a torcer, y el último año no estuvo precisamente lleno de ilusión y felicidad.


Dejé mi trabajo en el día pactado, y pasé mi última noche sedentaria en casa de J. El día anterior, él había llevado mis bártulos en su coche. J es una de las personas más amables y serviciales que conozco. Espero no llegar a comportarme como suelo hacer frecuentemente y así no llegar a cagarla con él nunca.


Salí de su casa a las 5 de la mañana. Mi primer viaje será al algo Biwa, el más grande de Japón. Se extiende longitudinalmente con forma del instrumento del mismo nombre, entre las prefecturas de Kioto y Shiga. Otsu, la ciudad principal de entre las que se asoman al lago, está a menos de media hora en tren desde Kioto.


La vuelta al lago Biwa es uno de los viajes más populares entre los habitantes de las zonas cercanas. Se puede hacer en uno o dos días, por lo que es un viaje rápido adecuado al escaso número de vacaciones que pueden disfrutar los japoneses. La ruta en bicicleta es muy popular y está perfectamente organizada, con tiendas de alquiler de bicicletas, puntos de reparación a lo largo del perímetro del lago y hoteles enfocados a facilitar la estancia a los ciclistas. Sin embargo yo he decidido hacerlo caminando. Tengo mucho tiempo por delante y poca prisa.


Así pues, el primer paso era ir a Kioto, lo que calculé que me llevaría unas seis o siete horas. Hay una ruta muy cómoda para bicicletas que discurre junto a los ríos Katsura y Kamogawa hasta Kioto. La usé muchas veces en mis días libres. Se tarda unas tres horas a velocidad media. Pero en esta ocasión decidí seguir una ruta más animada para ir caminando, llena de pueblos, comercios, tiendas, supermercados y otras distracciones. La ruta ciclista discurre apartada de los núcleos urbanos, por lo que no hay muchas oportunidades de encontrar sitios para comer o comprar comida o bebida.


A las 5:30 ya ha amanecido en Japón. Salí de la urbanización donde está la casa de J, cruzando el puente sobre las vías ferroviarias de la estación de Narayama. Poco después sobrepasaba las últimas casas del norte de la ciudad de Nara propiamente dicha, para encaminar mis pasos por carreteras comarcales, entre campos de cultivo.

Mi intención inicial era hacerme con un cartón donde escribir mi destino en grandes kanji a fin de que algún curioso y aburrido conductor solitario me recogiese y me acercase en dirección a Kioto. Huéspedes del hostal me comentaron que era bastante fácil hacer autostop en Japón, que la curiosidad de los japoneses por los extranjeros les anima a parar. También invitan a comer y algunos hasta a pernoctar en sus casas. Hay dos gruesos rotuladores negros comprados en el Daiso en mi mochila, en el bolsillo pequeño externo, el más accesible. Sin embargo, encontrar un cartón en Japón no es una labor tan fácil como pudiera parecer. Todo está limpio, impoluto, cada cosa tiene su lugar adecuado y la basura no es una excepción. Comprendí que si quería conseguir un cartón no me bastaría con mirar en los laterales de los edificios o supermercados, sino que tendría que entrar en alguno de ellos y pedirlo. Para ello tendría que esperar hasta las 10, hora general de apertura de tiendas. Aún quedaban más de cuatro horas para eso; continué caminando.


Las tres primeras horas caminé bajo un sol demasiado fuerte para ser aún el inicio del día. Era el momento en que los niños y adolescentes se dirigían a sus escuelas, caminando o, en su ,mayoría, en bicicletas “mama chari” (bicicletas de paseo básicas)remontando pequeñas cuestas en pie sobre los pedales. Visten uniformes grises, azules o amarronados. Los que van a colegios más estrictos, calzan mocasines; los demás pueden usar sus pies para mostrar sus rasgos más personales calzando zapatillas deportivas al gusto, muchas desentonando alegremente con el uniforme por sus colores llamativos y sus formas extravagantes.


Luego mi camino discurrió entre campos de cultivo, la mayoría arrozales. Unas cuestas de cemento descienden desde los bancales hasta el interior del sembrado; así las ruedas del coche no se ensucian. Siempre tan prácticos, limpios y organizados. La mayoría de los campesinos eran ancianos y ancianas de espaldas arqueadas, bien protegidas del sol con grandes sombreros, máscaras y guantes largos para los brazos.


Hay dos compañías ferroviarias que unen Nara y Kioto, la privada Kintetsu y la estatal Japan Railways (JR para los amigos) Ambas discurren en paralelo durante una buena cantidad de kilómetros, a escasos metros de separación. Caminando por en medio de las dos vías, casi podía tocar las dos vallas de separación si ponía los brazos en cruz.


Para cuando llegué a un supermercado Sundy a eso de las 9:54, tenía algo de hambre. No había desayunado aún. Sundy es la cadena de supermercados más barata de Japón. No son muy abundantes, pero cuando se encuentra uno hay que aprovechar para pertrecharse de onigiris (bolas de arroz rellenas de diversos ingredientes) Estaba junto a la estación de Tanabe. Miré google maps y un mapa informativo de la zona que hay frente a la estación. No se qué me llevó a pensar que ya llevaba casi la mitad del camino, por lo que decidí olvidar el cartón por ese día y hacer todo el trayecto a pie. Compré dos onigiri que decidí guardárme para el almuerzo. Dos horas más tarde encontré un centro comercial Heiwado en la estación de Shin-Tanabe. Compré un pizza-pan de varios quesos para acompañar a los onigiris y almorcé sentado en el banco de una parada de autobús. Era un pan plastificado, lleno de químicos y potenciadores del sabor, pero no tenía carne. Llevaba ya un año sin comer carne, por motivos típicos que no vienen al caso, y decidí intentar seguir así a pesar de mi viaje. Estaba rico, el pizza-pan.


El resto del camino fue la parte más dura. El peso de la mochila empezó a hacerse notar y mi paso se hizo más lento. Pasaban las horas y Kioto apenas se acercaba. Me di cuenta de lo equivocadas que estaban mis optimistas estimaciones al mirar los mapas en la estación de Tanabe. Crucé el río Ujigawa sobre un complejo de puentes construidos para varias autopistas. Desde la orilla opuesta había que girar hacia el norte y ya solo restaba avanzar en linea recta. Otras tres horas, según google maps. Fue entonces cuando comprobé que las estimaciones de google siempre son más rápidas que el tiempo real que se tarda, al menos en su opción “a pie” Y yo no camino lento precisamente. Fueron cuatro horas por una carretera típica japonesa que enlaza varias ciudades, con sus restaurantes familiares, gasolineras, tiendas de segunda mano, tiendas de licor, supermercados, karaokes, manga-kissa (ciber cafés), centros comerciales, hospitales, peluquerías, peluquerías de perro, Coco, Gusto, Saizeriya, Sukiya, Matsuya, kaiten sushi (sushi en cinta giratoria), ramen, algún que otro hotel del amor en segundo plano y muchos destartalados pachincos blandiendo sus llamativos adornos y banderas de colores. También se alinean cientos de mansions (bloques de apartamentos) y zonas residenciales. Todo ello pensado para la comodidad del conductor. Todo ello dispuesto en línea recta sin resquicio alguno al vacío constructivo.


De nuevo en Kioto, mi querida Kioto que me acogió durante mi primer año en Japón. Donde guardo tantos recuerdos, con amigos, compañeros, y en soledad. Allí me enamoré tres veces, una de ellas correspondido. Pero esa es otra historia para contar en otra ocasión.

Estaba anocheciendo y empezando a llover cuando llegué al centro de Kioto, la zona comercial de Shijo-Kawaramachi. Entré a descansar en la cafetería Doutor, una de las cadenas más importantes a nivel nacional. En esa tienda en particular junto al río Kamo pasé gran parte de las tardes de mi estancia en Kioto, preparándome para el examen de japonés JLPT del nivel 3. Muchas veces apartaba los libros para enfrascarme en conversaciones quasi-filosóficas con mi amigo indonesio Musa. Todo lo filosófico que se puede ser con un nivel tan pobre de japonés, claro.

Me senté en mi sitio favorito, en el mostrador frente a los ventanales de la tercera planta, desde donde se disfruta de una bonita vista del río y el puente Shijo, con la embocadura de la turística callejuela de Pontocho justo enfrente. Puse a recargar la GoPro y mi móvil en el enchufe integrado en los distintos puestos para clientes marcados en el mostrador y me relajé bebiéndome mi café con hielo.


Mi plan inicial era acampar en algún lugar discreto del paseo de la ribera del río, estrenando mi tienda, pero la lluvia me dio la excusa perfecta para buscar un refugio más cómodo bajo los techos de un manga-kissa. Elegí el Cat’s, uno de los mejores manga-kissa que he probado. Sus habitáculos con paredes cerradas hasta el techo y una amplitud superior a lo habitual lo hacen parecer más un hotel de negocios que un cibercafé al uso. En estos, las paredes de los cubículos llegan solo hasta la altura necesaria para otorgar un mínimo de intimidad, pero al no llegar hasta el techo, la iluminación y los ruidos de los vecinos se cuelan con mucha facilidad. También en contra de lo habitual, las habitaciones del Cat’s cuentan con cerraduras y llave. Por contra, este carece de refill ilimitado de bebidas sin alcohol, que es una de las facilidades indispensables de estos establecimientos. Esto no fue problema para mí, porque aquí puedes salir cuando quieras, comprar una cerveza en el cercano Liquor Montain y bebértela en el cubículo delante del ordenador. Como es condición indispensable, en el ordenador están instalados varios canales porno. Especialmente en este Cat’s, que es un manga-kissa solo para hombres; y eso es sinónimo de cantidad ingente de videos pornográficos que llevarse al cubículo y disfrutarlos con la persona que nunca te abandonará: tú mismo.

La imagen más habitual es ver a salary men (ejecutivos) trajeados y encorbatados cargando con sus cestas rebosantes de películas porno y artilugios sexuales como la famosa Tenga. En mi caso, ese no era mi objetivo; simplemente cené con una cerveza Tokyo Black y me dispuse a descansar aprovechando las generosas 13 horas del night pack que ofrece este Cat’s. Un lluvioso Kioto me estaría esperando al día siguiente.



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