PRIMER DÍA JUNTO AL LAGO BIWA
- hengnaojisan
- 29 nov 2020
- 7 Min. de lectura
30/5/2019
KIOTO-OMIMAIKO
Las seis horas del “night pack” del manga kissa expiraban a las cinco de la mañana. El día estaba despejado, sin resto de la lluvia del día anterior. Incluso los charcos se habían secado durante la noche. El plan era muy simple: caminar dirección al Lago Biwa, bordearlo hacia el norte hasta la playa de Omimaiko y dormir allí en mi tienda de campaña. Para ello solo debía ir recto por la calle Sanjo, que, según descubrí esa mañana, debía ser la más larga de Kioto.
Caminé por Kawaramichi hasta la intersección con Sanjo, donde tomé esta hacia el este, cruzando el puente sobre el Kamogawa para dirigirme a la zona norte de Higashiyama. Estaba siguiendo la línea Tozai de metro, que discurre cruzando Kioto desde Tenjingawa hasta Yamashina, donde gira en dirección sur hasta terminar en Rokujizo. Mi primer objetivo era, precisamente, Yamashina. Según había visto en el mapa, desde allí hasta Otsu, ya junto al lago, la calle se convertía en una carretera sin aceras, un poco peligroso para seguir caminando. Podía permitirme subir al tren para cubrir ese trayecto.
La calle Sanjo se ensancha una vez cruzado el río, cuando llega a Higashiyama, más concretamente a las vías del antiguo ferrocarril, gira hacia el sur al igual que la linea de metro. Esta es la zona más ancha, con varios carriles en ambos sentidos. La calle inicia una larga subida para adaptarse a los desniveles de las primeras colinas de los montes que rodean Otsu. Muchos ciclistas bajaban la cuesta a toda velocidad.
Pronto, el ambiente se empezó a animar con gente apresurándose hacia sus trabajos, y niños uniformados caminando o en bicicleta. Conforme me acercaba a Yamashina el trasiego de peatones se hacía mayor. Allí hay varias universidades, como la de Farmacia, por lo que los universitarios caminaban en largas hileras a los lados de la calle, saliendo desde las estaciones de metro y de tren.
Tardé poco más de una hora desde el manga kissa hasta la estación de Yamashina. Paseé un poco por la zona. Había un centro comercial pequeño, con Uniqlo y otras tiendas. Era temprano aún, estaba todo cerrado excepto los konbini (convenience store) Un empleado estaba transportando la mercancía desde un camión de Seven Eleven hasta el interior de la tienda. Me compré unos onigiri (bolas de arroz) y me los comí enfrente de la estación, observando la animación.
Decidí comprar un billete de 330 yenes para la linea Tozai y bajarme en la última estación dentro de ese rango de precio: Ono. Desde Yamashina, el tren cruza la montaña por túneles, apareciendo de súbito en la ciudad de Otsu. Más divertido aún es llegar a esta ciudad en la linea Keihan, pues el tren se convierte en tranvía al entrar en la misma, y repentinamente te encuentras rodando por en medio de la calle, con coches a ambos lados del vagón.
Ya había visitado Otsu años atrás. Aprovechando un día de descanso me acerqué en bicicleta desde Nara. Las recomendaciones de las guías son los templos Midera e Ishiyamadera. Entré en el segundo y lo recomiendo. Ese día bordeé el lago hacia el norte hasta Katata. Allí está el templete flotante de Mangetsu, poco antes del punto en el que el lago se ensancha. Como ya conocía esa parte del lago, en esta ocasión la recorrí en tren, bajándome en la siguiente estación a Katata. El tren no ofrece precisamente las mejores vistas en ese trayecto, por ser la zona más urbanizada del lago. Es desde Katata hacia el norte donde la ciudad se convierte en campos de cultivo y pequeñas agrupaciones de casas que se asoman al lago.
Inicié mi paseo por la carretera principal porque quería encontrar un supermercado donde comprar comida. Heiwado es la cadena de supermercado con más tiendas de la prefectura de Shiga. Hay uno en el pueblecito de Wani. Compré panes, sandwiches y unas frituras de pescado en descuento. Ya que tenía la comida me dirigí hacia la orilla del lago. Caminé entre casas de formas, tamaños y colores heterogéneos hasta encontrar la estrecha senda que bordea el lago. El concepto arquitectónico en Japón es totalmente opuesto al occidental, donde la homogeneidad es sinónimo de armonía y belleza. Sí existe un modelo típico de casa moderna japonesa, pero hay una cantidad enorme de casas que se alejan de ese modelo estético y adoptan formas y colores muy originales. Esto es especialmente evidente en las grandes ciudades, un divertido caos arquitectónico de casas y edificios de distintas alturas, anchuras, formas, materiales y colores, pero incluso en una zona rural como en la que me encontraba, es perceptible este gusto por la diferencia constructiva.
La famosa Vuelta al lago Biwa sigue esta senda por la que yo caminaba, una estrecha carretera asfaltada, construida principalmente para bicicletas, como puede apreciarse por las señales escritas diferenciando la dirección de los carriles. Por este camino, hacia el norte, no dejas de ver ni un momento el lago a tu derecha. La tranquilidad era total. El suave sonido del agua solo se rompía por el ocasional ruido de un coche o una bicicleta, o los tenues sonidos que pudiesen salir de las casas más próximas: ruidos de herramientas de algún arreglo matutino o música.
La orilla está llena de vegetación, árboles y juncos, en su mayor parte, pero de vez en cuando aparecen pequeñas llanuras de césped. En una de ellas habían dispuesto varias mesas y sillas de piedra a modo de merendero. Allí me senté a descansar y a comerme mi almuerzo. Había algunos hombres pescando un poco apartados de dónde me encontraba. Soplabla un viento algo fuerte pero me encontraba tan a gusto y relajado que incluso empecé a adormecerme. Pero tenia que continuar caminando si quería llegar a Omimaiko pronto para inspeccionar la zona y encontrar un buen lugar donde plantar mi tienda.
Después de una hora aproximadamente llegué a Shiga, una de las playas más visitadas del lago, especialmente por los kiotenses. Los fines de semana y los días festivos de verano, la playa se llena de familias con sus carpas y barbacoas. También es un destino recurrente para las excursiones de colegios, escuelas y academias. Cuando estudiaba japonés la academia nos llevó precisamente a esa playa. Alquilaron unos puestos de barbacoa y compraron muchas cervezas happoshu (cervezas falsas con menos contenido de malta) Pasamos un día muy divertido embriagándonos entre juegos típicos de playa. También en esta ocasión varios grupos de niños y jóvenes uniformados con el chándal de la escuela llenaban la playa con sus animadas voces.
No es que Shiga sea una playa espectacular, pero sí destaca positivamente en comparación con otras playas japonesas. Tiene bastante arena, está limpia, es más o menos amplia... Porque Japón, pese a ser un país insular, no tiene playas especialmente buenas. Para eso hay que ir a Okinawa. No obstante, sí hay varias excepciones, como Enoshima o Shirahama, que es la mejor playa de Japón que he visto. Pero de esto ya hablaré en otra ocasión.
Hasta Omimaiko, el camino se desvía del lago durante varios kilómetros, discurriendo cerca de las vías del tren por pequeñas llanuras. No llevaba una buena mochila; a pesar de no cargar mucho peso, empezó a dolerme la espalda. Especialmente en un punto concreto que ya me había molestado alguna que otra vez desde hace años. Me ajusté las correas de mil formas diferentes, pero no conseguí atenuar el dolor.
Llegué a Omimaiko sobre las cuatro. No había prácticamente nadie. Todos los bares y tiendas, que tampoco eran muchos, estaban cerrados. Aún no había empezado la temporada veraniega. La zona de acampada estaba en un pinar al borde del lago. Había una playa de arena fina y clara. Era un lugar muy bonito.
Me puse a plantar mi tienda. Era la primera vez en mi vida que montaba una. Ni siquiera había ido de acampada siendo niño. Siempre he sido una rata de ciudad. Para este viaje, me compré una pequeña tienda muy práctica y manejable. Más que una tienda parece un ataúd de plástico, si tenemos en cuenta su forma y tamaño. Para mi, que soy pequeño, no supone ningún problema, pero no se la recomendaría a nadie de estatura normal. Según las instrucciones, solo se tarda diez minutos en montarla. Yo tardé más de media hora, pero logré esconder todas las chapuzas de forma que pareciera un trabajo profesional.
Había otro par de tiendas en el pinar. Una pareja de japoneses y otra de extranjeros. Los primeros levantaron el campamento antes del anochecer. Los extranjeros estaban viajando en bicicleta. Estas estaban aparcadas junto a la tienda. Eran grandes bicicletas de carretera, con todos los artilugios necesarios para cargar las bolsas de equipaje. La pareja tuvo una discusión en la que elevaron mucho el tono de voz. Creí entender que hablaban en español. Decidí que si al día siguiente seguían allí, les hablaría. Llegó un joven japonés que se sentó en la orilla a mirar el lago. Llevaba una radio que dispuso sobre la arena. Empezó a escuchar una música de motivos orientales, muy relajante. Varios cientos de metros a la derecha, había un hombre pescando con caña. Y una mujer paseando a un perro grande.
Me metí en la tienda muy temprano, aún de día. Estuve preparando el itinerario del día siguiente, mirando el mapa en el móvil. Esa noche pasé frío. Cometí el error de no llevarme el saco de dormir pensando que a finales de mayo no refrescaría tanto por la noche. Me puse toda la ropa que llevaba, que no era mucha. Tuve que ponerme a hacer flexiones en un par de ocasiones para entrar en calor. Además el viento se convirtió en un auténtico vendaval que agitaba mi frágil tienda. Me pregunté si resistiría. Finalmente conseguí dormirme. Cuando amaneció, daba gusto estar en la tiendo con los cálidos rayos del sol acariciando el plástico de las paredes. Me quedé hasta las nueve de la mañana. Cuando asomé la cabeza por la puerta ya no había rastro de la pareja.
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